domingo, 12 de diciembre de 2021

 Sobre los guardianes de la pureza filosófica

Últimamente anda revuelto el río de Heráclito, a raíz de la tempestad desatada por el incumplimiento de la palabra de Pedro Sánchez con respecto a la defensa de la filosofía, y a la ruptura del acuerdo unánime de la mesa del Congreso que pedía para la disciplina un ciclo completo y coherente de asignaturas, desde la ESO hasta bachillerato.

A Sánchez no le han faltado cortesanos que le intentaran arreglar el traje, como Isabel Celaá, Alejandro Tiana, Luz Martínez Seijo o ahora Pilar Alegría, todos ellos altos cargos alejadísimos de la realidad de las aulas, meros burócratas arribistas, cuando no desertores de la tiza o pontífices de la metaeducación competencial. 

Sello de pureza
Sello de Pureza
A estos debemos darlos por descontados, pues en su oficio de oficinistas no cabe presuponerles interés alguno por el contenido de lo que gestionan; pero quizá el Presidente no contaba con una serie de aliados que, proviniendo de la misma filosofía o disciplinas afines, acabaran apoyando sus abyectas acciones sin pretenderlo.

La ganancia que estos pescadores de fama mediática pretendan alcanzar me resulta incomprensible, puesto que no van a ser escuchados por los poderosos, que simplemente los verán como esbirros acomodaticios, peones del trabajo sucio y propagandístico; pero es que entre los suyos, pretendiendo aparecer como voces de la conciencia crítica y desapegada, quedarán como ignorantes, cuando no como simples traidores.

Tendré que explicar tan duras afirmaciones.

Todas estas luminarias, mayormente profesores universitarios, vienen a decir que si queremos defender la filosofía, debemos replantearnos su enseñanza. Implícitamente otorgan la razón a los burócratas ministeriales, sugiriendo que nuestra decadencia educativa no es sino fruto de nuestra incapacidad didáctica. Que hemos traicionado a Kant, porque enseñamos -mal- filosofía, y no a filosofar. Que al alumnado poco puede aprovechar recitar una lista de pensadores godos -o helenos, o galos-, puesto que apenas podemos acercarnos a la profundidad de su pensamiento sin que tal empeño les resulte disuasorio, y por tanto, inútil.

Pero no, señores; no se trata de convertir a los alumnos en María Zambrano o en Ortega y Gasset, del mismo modo que cuando se enseña matemáticas no se pretende modelar a un Sixto Ríos o cuando se formula en química, a una Margarita Salas: se trata, precisamente, de acercar los rudimentos de cada disciplina a un alumnado que, pudiendo descubrir una vocación oculta, sea capaz de realizarse posteriormente como una de estas figuras.

La didáctica de la filosofía, como la de cualquier otra disciplina académica en las enseñanzas medias, siempre puede mejorarse. No vamos a negar esto.

Pero para ello sería necesario, en primer lugar, que tal disciplina existiese en tales enseñanzas, y en segundo, que contando con un horario suficiente fuese impartida por especialistas que, enseñando, investigaran sobre la mejor manera de enseñarla.

Y he aquí el quid de la cuestión: ni uno solo de esos heraldos de la pureza filosófica imparte clases en la enseñanza media. Muchos no han pisado un instituto desde que se graduaron -y el más joven de ellos, un filósofo muy mediático, hace ya más de diez años-, y pretenden ahora venir a decirnos, literalmente, que nuestra defensa de la filosofía es espuria, o está basada en intereses gremiales, o es viejuna y memorística, cuando no ideológica.

De nuevo, concedamos que accidentalmente algo de eso pueda haber. Pero es que bajo ese criterio todas las asignaturas del currículo deberían desaparecer. Todas y cada una. En todas habrá profesorado desactualizado; en todas, elementos curriculares desfasados o de efímero poso en el aprendizaje. Pero de ahí a pretender que algo de razón haya en quienes pretendan eliminarlas por abrigar tales defectos, es como querer amputar la mano por una uña rota.

Estas gentes no acaban de comprender que lo que está en juego es la presencia de la filosofía en todos los ámbitos de la cultura: sin enseñanza media no habrá vocaciones universitarias.

En ese sentido, pretender que la filosofía nunca ha sido alumbrada por “profesores” de filosofía en la antigüedad y que por tanto no son necesarios ahora, no solo es falso sino también malintencionado, puesto que la misma equívoca objeción puede hacerse a cualquier otra disciplina.

También desconocen que nuestra lucha, desde antes de la LOMCE del infausto Wert, consistía en dotar de actualidad y seriedad a una disciplina demasiado manoseada por el burdo politiqueo. Veníamos de la época de Zapatero y su perversa "ciudadanización" de la Filosofía.

Yerran, igualmente, 
quienes sugieren que queremos impartir “Valores”, ignorando al Platón del Menón y el Protágoras o al Aristóteles de las Éticas: queremos fomentar una reflexión ética, que es exactamente lo contrario que recitar un catecismo laico.

Se confunden quienes ponen en nuestra boca la soberbia pretensión de ser garantes del pensamiento crítico: solo queremos aplicarlo al fundamento de los saberes, críticos ellos mismos en cada parcela de la cultura.

Desconocen la realidad cuando afirman que memorizamos una lista de autores o sus doctrinas: leemos sus textos, para seguir el intrincado mecanismo de su pensamiento y asimilarlo como culminación de la lectura profunda y la escritura argumentada.

Debo permitirme darles un consejo: bajen de sus torres de marfil a la caverna de los institutos. Constaten la realidad del vulgo. No hagan de la filosofía un saber elitista. Asuman que si la razón está bien repartida, esta necesita de un cierto fertilizante filosófico. Algunas bellas plantas pueden crecer mejor con él, y no necesariamente deben acabar dedicándose a la filosofía.

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